… Y ahora debo retener el temblor de mis dedos y refrenar la indignación y el bochorno que siento dentro de mí para relatar del modo más escueto, objetivo y desapasionado, los hechos, los hechos desnudos que acontecieron aquella noche fatídica, pocos días antes de la fecha prevista y ansiada para llevar a cabo la tan esperada, necesaria y justa huelga. En el curso del conflicto que acabo de describir se había destacado entre los obreros un hombre llamado Vicente Puentegarcía García, hombre de carácter levantado y austero, equilibrado y enérgico, de recta intención y clara inteligencia y, además, de una probidad a toda prueba. Pues bien, a eso de la una de la madrugada del día 27 de septiembre del corriente año, el citado Vicente Puentegarcía García regresaba a su domicilio, sito en la calle de la Independencia, en la barriada de San Martín, completamente tranquilo y muy ajeno al espantoso atentado de que iba a ser objeto pocos minutos más tarde. La noche era deliciosa, apacible. En el cielo puro, límpido, sereno y azulado brillaban tímidamente algunas estrellas, y la democrática calle de la Independencia se veía solitaria, quieta, silenciosa. La plácida quietud y el callado reposo de aquella barriada sólo eran turbados de vez en cuando por las fuertes pisadas del modesto vigilante nocturno, Ángel Peceira, al hacer el recorrido de la demarcación a su cargo, sin que él, ni nadie, pudiera sospechar el trágico drama que en la soledad misteriosa se estaba incubando y que en breve se iba a desarrollar con la más segura impunidad. A poco aparece un joven trabajador, recio, fuerte, robusto, de rasgos afilados y pletórico de vida y de ilusiones. Este joven trabajador es Vicente Puentegarcía García, quien, después de asistir a una asamblea de huelguistas, se retira a descansar alegre, confiado. Al llegar al cruce de dicha calle con la de Mallorca, Puentegarcía se para a conversar un rato y fumar un cigarrillo con el vigilante, del que se despide cariñosamente poco después.A escasos metros del portal de su casa, dos hombres fornidos, de ojos amenazadores, se destacan de la sombra y avanzan hacia él. Puentegarcía se dirige inerme al encuentro de los dos hombres, lento, tranquilo.-¡Alto ahí! – exclama uno de ellos, el que parece tener más autoridad y cara de más grosero, de más canalla, de más bandido. El obrero se detiene. Uno de los hombres consulta una lista proporcionada sin duda por los cobardes instigadores de aquel acto ruin.-¿Eres tú Vicente Puentegarcía García?-Sí lo soy – responde Puentegarcía.-Pues, síguenos – ínstanle aquellos esbirros inquisitoriales. Y tomándole con férreas manos por las muñecas lo conducen a un rincón apartado y oscuro.-¡No me traten así – clama Puentegarcía – que no soy un criminal, sino un humilde obrero!Pero ya uno de los esbirros ha descargado un fuerte golpe sobre la cara del infeliz. Éste se contrae en una horrible mueca de dolor intenso.-¡Dale duro! – exclama el que parece dirigir la partida -. Así escarmentará de una vez por todas.

El desgraciado suplica con los ojos humedecidos por el llanto, pero la brutal tortura no cesa. Llueven los golpes y Puentegarcía se tambalea, mártir del terrible suplicio que los puñetazos le producen, cae al suelo ensangrentado y caso inconsciente. Aun tendido síguenle propinando puntapiés y puñetazos los dos asesinos. El infortunado Puentegarcía, al verse a los pies de aquellos facinerosos, sintió un estremecimiento convulsivo, vio ráfagas de luz, círculos luminosos y espadas de fuego.

Su desventurada esposa, que ha salido al balcón intranquila por la tardanza de su compañero, y advertida por el ruido, se lanza como una loca a la calle, deshecha en lágrimas, hendiendo los aires con puntiagudos y atravesantes gritos de dolor, de consternación tremenda. Los cobardes verdugos huyen al verla venir. Atraído por los gritos acude el honrado sereno. Entre ambos transportan al lecho el magullado cuerpo del obrero, el cual, retorciéndose en un charco de sangre espesa y humeante, aún puede balbucear despreciativo: “¡Miserables! ¡Canallas!”.

Al día siguiente no comparece al trabajo Vicente Puentegarcía García, que siempre ha sido tan puntual, tan cumplidor, tan irreprochable. Su grave estado le impide advertir a sus compañeros del peligro que les acecha. Así caen, en noches sucesivas, Segismundo Dalmau Martí, Miguel Gallifa Rius, Mariano López Ortega, José Simó Rovira, José Olivares Castro, Agustín García Guardia, Patricio Rives Escuder, J. Monfort y Saturnino Monje Hogaza. Informada la policía de los atentados, ésta realizó pesquisas, pero los rufianes habían desaparecido como por ensalmo y ninguna de las pistas proporcionadas por las víctimas permitió su identificación. Aunque los nombres de quienes movían los hilos de este sangriento e infame teatro de marionetas estaban en el pensamiento del pueblo, nada se pudo probar contra ellos. La huelga no se llevó a cabo y así se cerró uno de los más vergonzoso y repugnantes capítulos de la historia de nuestra querida ciudad.

El text que acabeu de llegir, no procedeix de cap llibre d’història. Les negretes son meves i, com podeu comprovar, son copies literals de trossos del llibre del Gómez Casal que os he ensenyat en el post anterior.

De on he copiat el text? Agafeu-se! Són dues pàgines i mitja de La verdad sobre el caso Savolta, primera novel·la del meu admirat Eduardo Mendoza. No penseu que amb això vull acusar-lo de plagi. Res més lluny de les meves intencions! Més aviat al contrari: m’ho prenc com un homenatge encobert al meu besoncle. Ell mateix diu en una nota introductòria que ha utilitzat fragments convenientment adaptats d’aquest i d’altres llibres. Ja os haureu fixat que canvia els noms dels personatges (del obrer i del vigilant) i el del carrer (Independència per Dos de Maig, que son a tocar). Però canvia el desenllaç: tant de bo hagués estat com ell el narra.

Això ho vaig descobrir gràcies a un magnífic article de Eduardo Ruíz Tosaus, publicat a la revista Especulo (num. 18) de la Universidad Complutense de Madrid i que, si teniu interès, podeu llegir aquí: http://www.ucm.es/info/especulo/numero18/savolta2.html. En Eduardo Ruíz Tosaus també fa referència a la procedència dels noms de la resta d’obrers que es citen al llibre del Mendoza, però sembla que no ha descobert la procedència del nom del Saturnino Monje Hogaza. Doncs bé, sembla que la mateixa nit en que van matar el meu besoncle, també es va cometre un altre atemptat contra un altre obrer del Ram de l’Aigua: va ser a una barberia del barri de Sants i l’obrer es deia Saturnino. Sembla que en Saturnino en va sortir més ben lliurat que el Tero.

Gràcies, Mendoza !